lunes, 16 de marzo de 2009

Lo único que queda es el desierto


Lo único que queda es el desierto inabarcable y mudo.
Exhausto de tanto caminar encuentra sin saber lo que está buscando.
Se ha quedado monocromamente filamentoso e inexpresivo y desgastado como esos zapatos que han visto su deambular distraído hacia parajes desconocidos con seres que ahora parecen imaginarios, guiados por impulsos extraños, secreciones cargadas de mercurio y voces susurrantes que proyectan hologramas palpables como un globo en una jaula transparente.
Todos responden menos tú, que asomándote al abismo quieres comprender pero
lo bidimensionalmente inexpugnable y enredado y trastocado te atrae demasiado.
Perturbadoramente.
Con los pies ya en los umbrales y la mano alzada y suspendida en el aire, se observó más lejos que nunca de su meta y más próximo de su partida.
Y no llamó ni preguntó.
Sólo posó los ojos en el minúsculo casi imperceptible receptáculo ojival.
Sin hacerse ver.
Y sin mirar.
Caídos los párpados observó su irrealidad de corrientes ingentes que le llevan impulsivamente y le devuelven luego a su punto originario cada vez diferente, nunca igual a la vez anterior porque saben a algo nuevo y desasosegante o no.
Circunesférica llegó la masividad
y se retiró cuando sonaron las últimas notas.
Texto: Tjörnina
Ilustración: Guillermo

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